Ríe, hace bromas, memoriza en el acto los nombres de las personas que le presentan y estira el brazo pero no para dar la mano, sino para abrazar. Nada cuesta imaginarse a Alberto Salcedo Ramos conversando con sus viejos vecinos en una esquina de Arenal, el pueblo colombiano que lo vio crecer, con la misma familiaridad que lo hace en la Redacción de LA GACETA. Tampoco extrañará verlo amigable y emocionado el miércoles 29, cuando reciba el premio "Ortega y Gasset", en España.
Para él no hay diferencia entre sus alumnos de la escuela de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano de Gabriel García Márquez, en Cartagena de Indias, y los tucumanos que participaron del taller de la Asociación de Prensa de Tucumán durante tres días. Se mueve por el mundo como si no existieran fronteras. Puntilloso y obsesivo, entrevistó con la misma seriedad "al enfermero de los secuestrados" durante el conflicto armado de Colombia, que al protagonista de "La Travesía de Widki", un niño que debía caminar cinco horas para llegar a su escuela. Esa historia le valió el premio del diario español El País, que deberá ir a retirar una semana después de cumplir sus 50 años.
- Es la tercera vez que viene a Tucumán. ¿Qué puede decir del semillero tucumano?
- No podría hacer un juicio tan categórico sobre la situación del periodismo aquí. Lo que creo en términos generales es que el periodismo en América Latina está cada vez peor escrito. En algún momento de la historia algunos editores empezaron a considerar que la buena escritura no es un valor importante, sino secundario, y que lo importante es tumbar ministros, descabezar funcionarios públicos y generar ruido con investigaciones de tipo político o administrativo, lo cual no está mal, pero me parece que la buena escritura debe ser inherente al periodismo. En cualquier género las columnas de opinión, los reportajes y las crónicas deben estar bien escritos, inclusive las noticias deben estar redactadas en forma correcta.
- ¿Cómo es el público de la crónica narrativa?
- El periodismo narrativo es un género de nicho, eso significa que tiene un público especial. La crónica no es un género que le llegue a todo el mundo. No es un público que lee a toda velocidad. Martín Caparrós dice que los malos editores de prensa se inventaron la especie más exótica de lectores que existe sobre la Tierra, y que es el lector que no lee. Ese es el punto de partida, entonces los periódicos se están escribiendo no para ser leídos sino para ser hojeados. Como cronista a mí no me interesa llegar a la gran masa, quiero encontrarme con lectores que lean, así sean cinco (por fortuna son muchos más). Una vez leí una frase de Juan Goytisolo que me encanta: 'la verdadera pretensión de un escritor serio no es tener lectores, sino tener re-lectores. Lectores tiene cualquiera, relectores no, son aquellos que te han leído tanto que casi se saben de memoria lo que has escrito y te citan.
- ¿Entonces, cuál es el ámbito natural de la crónica? ¿El diario papel? ¿La revista?
- Todo aquel donde quepa. A veces es la revista, otras el periódico - las ediciones dominicales-, a veces son los libros... Una vez me preguntaron: ¿no será que también se pueden escribir crónicas cortas? Yo dije... ¡claro que sí! Lo malo es que haya editores que sólo las publican si son cortas. Además debo aclarar que no escribo crónicas porque crea que son el mejor género; es una forma de periodismo válida como cualquier otra. Pero es el género más afín a mi manera de ser, yo soy un narrador natural.
- ¿Además de la ficción, qué diferencias encuentra entre crónica y literatura?
- La antinomia entre periodismo y literatura es un poco falsa. Debería ser literatura de ficción versus literatura de no ficción. Cuando escribes periodismo estás haciendo literatura, pero de no ficción. Hay códigos distintos… hay un pacto diferente con el lector. Una vez en Colombia, un periodista me preguntó: '¿y usted cuándo va a dar el salto a la literatura?' ¡Es una pregunta ofensiva! Porque parte de la base de que yo estoy haciendo algo inferior y necesito saltar a una instancia superior. No necesito dar ese salto... y, por otro lado, considero que yo hago literatura, pero literatura de no ficción.
- Y la pregunta que todos los periodistas queremos saber: ¿cómo llegamos a las historias?
- Llegamos a ellas a través de la misma agenda que rige para todo el periodismo. Los temas aparecen en las primeras páginas de los periódicos, en los noticieros, en las voces de la gente de la calle, en las conversaciones de los cafés, en lo que uno ve en el momento en que abro la ventana de mi casa y me asomo a la gran película del mundo. La vida es una alacena de historias. Si uno mira encuentra historias reveladoras de la condición humana.
- Y cuando le ha "apuntado" a un personaje ¿cuál es la fórmula para convertirlo en confidente?
- No me interesa ser confidente. Mark Kramer dice que la máxima aspiración de un periodista debe ser convertirse en parte del paisaje. Entiendo eso como que hay un momento en que uno ha ido tanto donde los personajes, que ellos ya no lo ven a uno como el intruso, el que acaba de llegar, sino como un elemento de la atmósfera. En ese momento los personajes no parecen hablar para nosotros, sino para sí mismos, en voz alta. Yo digo que una de las cosas de las que casi nunca se habla es de la paciencia. El periodismo se ha construido sobre la impaciencia. Queremos la primicia a los diez minutos, le prestamos más atención al reloj que a la historia que nos cuentan.
- Pero al periodista que trabaja en un medio no tiene el tiempo que usted maneja para buscar historias...
- El periodismo se empobrece cuando se deja apabullar por el síndrome del turista. El turista que viaja miles de kilómetros para ir a una ciudad, y cuando llega a esa extraña, remota y desconocida ciudad, se va a la plaza principal y se toma una foto al lado de la estatua más sucia, que bien podría haber encontrado a la vuelta de su casa, sin necesidad de viajar. Si nosotros actuamos como turistas estamos renunciando a la aventura de ir más allá, a meternos en el alma profunda para saber cómo es.
- Cuando uno conoce demasiado a un personaje y este ha confiado mucho en uno, ¿cómo se hace para no traicionarlo?
- Hay pactos tácitos y otros explícitos. Yo no tengo ninguna autoridad para atropellar la dignidad de los personajes, para invadir su esfera más íntima y exponerla al morbo colectivo. Siempre me pongo en los pies del personaje, me pregunto si estoy siendo justo, si me gustaría que se dijera eso de mí. Es inevitable decir cosas que al personaje no le guste, porque al fin... es mi historia. Lo que la gente ve es lo que se puede ver.
- Hablemos de su libro, "El oro y la oscuridad. La vida gloriosa y trágica de Kid Pambelé". ¿Qué puntos en común encuentra con Maradona?
- El éxito es un monstruo que suele devorar a quienes han sido bendecidos por él. Cuando pones frente a tí a Maradona podrías hacer el ejercicio mental de convertirlo en otro personaje, que se puede llamar Kid Pambelé, Mickael Jackson o Mike Tyson. Todos incurren en el peligro de ser rehén de ese gran éxito, de enloquecerse. En Colombia la gente se vuelve loca con el ídolo, y después vuelve loco al ídolo. Eso vale para todos. Son las reglas de juego del éxito: en un momento te da y luego tienes que pagarlo con jirones de sangre.
- ¿Qué consejo les daría a los jóvenes periodistas?
- Que lean más, que procuren permanecer más en la calle que frente al escritorio, que las redes sociales son maravillosas para divulgar el trabajo pero no para hacer el trabajo mismo, que no confundan la herramienta con el medio, que desde una ventanilla con un teléfono I-phone o Blackberry uno puede tomar la foto de una nevada, pero que lo ideal es bajarse. Robert Capa se bajaba y se acercaba al lugar. Él decía: 'si tu foto no es lo suficientemente buena, tal vez no estuviste lo suficientemente cerca. Yo los invito a que se bajen del carro (auto) y se acerquen a la realidad... pisen el barro, sientan la realidad hervir en la suela de los zapatos, sin ningún tipo de ataduras tecnológicas.
- ¿Qué diría de usted mismo, además de que es periodista?
- Que nunca he usado el reloj en el pulso derecho, que jamás me he enterado de con qué pie me levanto, que amo caminar bajo la llovizna, que me encanta hablar mucho tiempo por teléfono con mis amigos, que cuando era chico dormía ocho horas de un solo tirón y ahora sólo seis porque ya no puedo y creo que me estoy acercando de manera oficial a mi debut en la tercera edad...
- (Risas) ¿Y cómo planificaría usted su tercera edad, ahora que está a tiempo?
- Me encantaría llegar a viejito... estar en mi tierra, el Caribe, con un sombrero de espantapájaros bajo el sol, regando unas matas de tomate, mientras un grupo de nietos traviesos revolotean alrededor de mí. ¡Se burlan de mí! ¡Y yo me saco la dentadura y les hago mofas…!